En un centro de menores, a un chico de 16 años le robaron un precioso póster turístico que tenía junto a la cabecera de su cama y que representaba su pueblo a todo color.
Averiguó quién se lo había llevado y, sin mediar palabra, le dio un puñetazo que le dejó el ojo y la cara hinchados y ennegrecidos durante días. Dialogando con el agresor robado, le pregunté si no había otra solución para el problema del robo. Él me miró con ojos desconcertados y me respondió: “No, ¿qué otra solución puede haber? Me quita el póster, le pego un puñetazo; está claro”. Le di tres minutos …
