De niña fui a una escuela de monjas. Juntamente con mis tres hermanas, asistía a clase cada día, de nueve a una del mediodía y de tres a siete de la tarde. A pesar de un horario tan prolongado, por la noche llegábamos a casa con deberes por hacer. Una tarde, mientras celebrábamos una vez más nuestra sesión vespertina de estudio, la menor de mis hermanas, que tendría entonces cuatro o cinco años, sin preámbulo alguno, preguntó: “Mamá, las monjas ¿son hombres o mujeres?” La respuesta tardó en llegar.
“…Y esa escuela de niñas, ¿era en color o en blanco y negro?”
¿Cosas o imá…