Es difícil encontrar un momento en la jornada en el que no estemos en permanente contacto con productos fabricados en algún país de África, Asia o Latinoamérica. Y a través de los productos, aunque no lo imaginemos, con las personas. Hay un vínculo invisible que nos une a la trabajadora de Taiwán, el campesino colombiano, la costurera india. No los conocemos. Quizás nunca nos hayamos planteado el que existan. Pero nos podemos imaginar cómo viven: mal. Ya no es ningún secreto que la feroz competición entre las empresas multinacionales no sólo se traduce en anuncios televisivos s…