Un centro educativo de calidad debe estar abierto a toda la población infantil y juvenil, sin exclusiones, y fomentar el máximo desarrollo personal y social de cada uno.
Para acercarse a este fin es necesario reducir y superar las barreras que dificultan el aprendizaje y la participación del alumnado, contemplando, para ello, un amplio abanico de apoyos (Booth y Ainscow, 2005). En este sentido, es primordial optimizar los recursos de que ya disponen los centros para convertirlos en apoyos válidos, y uno de los recursos más preciados es el propio profesorado.