Un lenguaje sembrado de metáforas economicistas (“capital humano”, “productividad”, “flexibilidad”, “ofertas” y “contratos”, “débitos” y “créditos”) ha sancionado como natural la asunción del mercado como modelo del proceso formativo, aplanando las relaciones educativas bajo la lógica de la competición y del principio de prestación; el énfasis sobre la adquisición de “habilidades certificables” expendibles en el mercado de trabajo ha reforzado las actitudes tecnicistas, tesis que neutralizan la subjetividad sexuada de los seres humanos, reduciéndola a función anónima; los ingeni…