Cuando acerqué a mis alumnos a las lecturas que mencionan las heridas y la preocupación de esas generaciones, no tardaron en mostrar su disgusto. Fieles a una generación, la suya, no demasiado dispuesta a mirar hacia el pasado y con deseos irrefrenables de gozar el presente, comentaban una y otra vez que tanto pesimismo “no les da ganas de estudiar”, que “tanta tristeza nada tiene que ver con ellos”. Abordaban los textos como interminables entramados de significados lejanos a su comprensión del mundo, dibujaban en sus miradas perplejidad y desánimo, convencidos de que sólo podían apr…
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