Como enseñantes, fuimos adiestrados para hablar. Para repetir en voz alta aquello que habíamos aprendido y aquello que a partir de nuestro conocimiento y nuestra propia curiosidad, habíamos conseguido descubrir.
Preparar la clase significaba clarificar preguntas, ordenar textos, reunir ilustraciones, diseñar ejercicios, inventar pruebas de evaluación. El trabajo creativo que esta actividad suponía quedaba, sin embargo, en la mesa privada del enseñante. Era allí donde se cruzaban los interrogantes y se abrían procesos de búsqueda tendentes no sólo a encontrar las respuestas adecuad…