Para realizar cualquier actividad, la persona necesita, en principio, que ésta le interese, es decir, sentir algún estímulo, alguna gratificación para emprenderla, dado que siempre se requiere esfuerzo para abordarla. Cuánto más aún si se trata de actividades escolares, en las que muchos de los temas que se proponen son difícilmente apetecibles por adolescentes y jóvenes: sus motivaciones -casi siempre animadas por agentes sociales externos a la educación- se dirigen hacia otros caminos y, casi siempre, el mínimo esfuerzo es una ley que rige en todos los ámbitos de nuestra socie…