Se ha dicho, no sin algún motivo, que la posmodernidad es un invento editorial italofrancés. Ciertamente, la categoría analítica posmodernidad y otras asociadas a ella delatan una trivial y mostrenca moda intelectual posteriorista, consistente en enarbolar el prefijo post para designar todo aquello que no se entiende, confundiendo a menudo incertidumbre con ignorancia, como si, por ejemplo, una particular percepción olfativa de un ácido pudiera elevarse al rango de programa gnoseológico o norma pedagógica.
Sapere aude!